Enrique Asensi Bartolomé, nació en 1907, en Marbella (Málaga) y pronto su familia marchó a Málaga buscando mejores oportunidades para sus hijos. Enrique estudió Bachiller, por libre, en el Instituto de la calle Gaona y después ingresó en la Escuela de Magisterio, estudios que realizó brillantemente, ilusionándose con esta carrera. El profesor de Dibujo lo nombró, siendo estudiante de 3º, adjunto a la Cátedra de Dibujo, dadas sus buenas aptitudes artísticas. Aprobó la Oposición de 1928 y fue destinado propietario definitivo a Canillas de Albaida, en 1931. Lo recuerda aun su alumno Carlos Martín, con cerca de noventa años: “era un hombre bueno, afable, nunca se enfadaba ni pegaba, ilustraba la pizarra con dibujos y una caligrafía impecable, los alumnos estábamos a gusto en la escuela…”. Su amplia formación pedagógica la volcó en educar a los niños con gran amplitud de miras. Siguió las leyes educativas vigentes de la República que enaltecieron la figura de los Maestros y de la enseñanza, en general. Pero eran tiempos difíciles y convulsos, en que la miseria, la incultura y el dogmatismo imperaban y el Maestro Enrique Asensi fue preso de los odios e incomprensiones de ambos bandos que quería apropiárselo. La guerra incivil se cebó en él. En 1937, ocupada Málaga por las tropas franquistas, es suspendido de empleo y sueldo, luego repuesto provisional en Campanillas y, por último, en 1940, depurado y trasladado forzoso, a Hontanaya (Cuenca). Y todo por ser un hombre íntegro y digno, un buen maestro y una gran persona.
Casado y con tres hijos de corta edad se esforzó en superar la adversidad. Y lo consiguió, con creces, en esa aldeíta conquense en la que estuvo ocho años, dejando un recuerdo imborrable que todavía pervive entre los mayores. Yo fui su alumno en una escuela unitaria de cincuenta y más alumnos en la que desplegaba todas sus capacidades y técnicas didácticas para organizar una clase, tan numerosa, y con alumnos desde los seis a los catorce años. Su gran Horario Simultaneo, de la distribución del tiempo y el trabajo, estaba bien visible para que todos supieran lo que había que hacer en cada momento. Este valioso y original instrumento de la organización escolar, creado por él, sería, más tarde, premiado en un Concurso Nacional de la Dirección General de Enseñanza Primaria.
La escuela apenas poseía libros y aquellos alumnos tampoco los podían comprar lo que no fue obstáculo para que cada uno elaborara el suyo propio, en forma de cuadernos específicos, para cada materia, que hacían los mayores, y cuadernos únicos y globalizados que hacían los más pequeños. En estos cuadernos se copiaban cada una de las lecciones resumidas y se hacían dibujos, gráficos y esquemas. El cuaderno era el gran trabajo personal que todos elaboraban con atención, con interés y con pasión. Era la obra bien hecha que el Maestro Enrique Asensi dirigía y guiaba con maestría cuidando la rotulación, la escritura, el dibujo, incluso, la maquetación estética del mismo. Allí estaban los conocimientos básicos que había que aprender. Yo he tenido la suerte de conservar hasta siete de mis cuadernos escolares de aquella fecha que ahora ocupan un lugar preferente en mi archivo museístico escolar y en mis exposiciones.
He constatado que muchos de los que han sido alumnos de él poseen una buena caligrafía. Él personalizaba las muestras caligráficas escribiéndole a cada uno, en su cuaderno, una diferente a la de los demás, con una letra impecable, elegante, en la que destacaban las mayúsculas de bellos trazos. Escribir, copiando de aquel modelo perfecto, era un placer. ”Mira lo que me ha puesto a mí” y otras expresiones, que decían los alumnos, corroboran la forma de enseñar de este maestro. La pizarra era su gran aliada. Se quedaba, por las tardes, en la escuela, cuando habían salido los niños, y dedicaba una hora o más a escribir, pintar y decorar las dos pizarras con que contaba la escuela. Cuando, por la mañana, entrábamos los alumnos nos quedábamos un rato absortos contemplando aquella obra de arte. Allí estaban escritas la fecha del día, una consigna patriótica, una máxima moral o religiosa, la lección del día con una clara caligrafía, dibujos y gráficos, y todo ello realizado con tizas de colores. Los títulos y rótulos especiales, formaban un bello conjunto en el que destacaban sus dibujos didácticos de una línea muy expresiva y que resultaban fáciles de copiar.
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