La «gran siembra» republicana de maestros y libros como un «nuevo modo de sentir» España
Un grupo de maestros cargados de películas, libros, poesía y material pedagógico llegan con un camión a un pueblo recóndito de Segovia, Ayllón. Llevan un teatro de títeres, libros, un proyector de cine, reproductor de cine… Los aldeanos no dan crédito. Los foráneos les invitan a acudir esa misma tarde al salón del pueblo para explicar quiénes son y qué les lleva por allí. Es el 17 de diciembre y la primera misión pedagógica que ponía en marcha la II República acaba de llegar a su destino.
Cerca de 500 habitantes del pequeño pueblo segoviano acuden a esta primera cita en el único salón de baile de la localidad, un lugar «sin ventilación ni asientos«. Gran parte de los asistentes son hombres, viejos y mozos, «con bufanda y boina puesta» y «muchos de ellos fumando». El número de mujeres es escaso, pero con los días irán en aumento. Están todas de pie. El rumor es enorme. Un grupo de personas ha conseguido sentarse gracias a unos bancos traídos de la iglesia. El ambiente no parece el idóneo para el aprendizaje. Los jóvenes misioneros se plantan frente al público asistente y comienzan a recitar el texto que pronunciarían cada día antes de comenzar:
«Es natural que queráis saber, antes de empezar, quiénes somos y a qué venimos. No tengáis miedo. No venimos pediros nada. Al contrario, venimos a daros de balde algunas cosas. Somos una escuela ambulante que quiere ir de pueblo en pueblo. Pero una escuela donde no hay libros de matrícula, donde no hay que aprender con lágrimas, donde no se pondrá a nadie de rodillas, donde no se necesita hacer novillos. Porque el Gobierno de la República, que nos envía, nos ha dicho que vengamos ante todo a las aldeas, a las más pobres, a las más escondidas, a las más abandonadas, y que vengamos a enseñaros algo, algo de lo que no sabéis por estar siempre tan solos«.
Las misiones pedagógicas fueron uno de los ambiciosos proyectos de la II República que tenía como objetivo principal llevar la cultura a todos los rincones del país, sembrar la semilla del saber y, también, mejorar la idea del nuevo régimen republicano en el campo de España. Tras la misión en Ayllón, los misioneros acudirían acudirían a Navalcán (Toledo), Valdepeñas de la Sierra y Puebla de Beleña (Guadalajara), Navas del Madroño (Cáceres), Puebla de la Mujer Muerta (Madrid)… así hasta 1.200 localidades.
Ahora, el libro Las misiones pedagógicas (Editorial Catarata), de Alejandro Tiana, reconstruye la historia de esta iniciativa y recupera su memoria para acercarla al lector interesado. No se trata de ningún libro de investigación sino que recopila la información disponible hasta el momento y con un tono pedagógico la expone al lector acompañado de imágenes de la época.
Explica, por ejemplo, la doble finalidad de estas misiones que por una parte, cumplían con la vocación educadora del nuevo régimen que implicaba dar acceso a todos los ciudadanos a la educación y a los bienes culturales, y muy especialmente a la escuela y a la lectura. Y por otro lado, las misiones también perseguían el objetivo de llevar los valores republicanos a la España tradicionalista y rural que era esquiva a la República.
El socialista Rodolfo Llopis, director general de Primera Enseñanza, ya había señalado el mismo el 14 de abril de 1931 que las «urnas» habían «reflejado la realidad de la sociedad española. Las grandes ciudades son republicanas, mientras que el campo sigue aferrado a la tradición». Por tanto, la República debía conquista ideológicamente el campo para la República a la vez que hacía llegar la educación y la cultura.
Fue el primer ministro de Instrucción Pública, Marcelino Domingo, quien diseñaría la fórmula: «Maestros y libros. Es la gran siembra que ha de hacerse sobre la tierra de España. Lo mismo sobre el pedregal que sobre el suelo mollar. Maestros y libros como signo de un nuevo modo de sentir España; de vivir en España; de servir a España; de marchar hacia el futuro. Maestros y libros como blasones del escudo del régimen nuevo. La República, por el libro y por el maestro; por el ejemplo, además, dado
desde el Poder, ha de convertir España en una escuela viva y permanente. En una escuela donde el español aprenda que lo que él sea, haga y valga, será, hará y valdrá, en definitiva, la historia de España».
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