Cuatro pedagogías que difundieron las maestras de la República (y que no conoces)
“En España cuando se refiere a la formación del maestro, se hace ahorrando tiempo y dinero”. Esta frase podría haber salido de la boca de cualquier profesor que haya sufrido la oleada de recortes de la última década, pero la escribió Concepción Sáiz de Otero en el libro ‘Dos meses por las escuelas de Londres’ en 1910. Esta feminista fue una precursora de la generación de maestras que vino después, con la II República, y que trajo algunas corrientes pedagógicas que aún hoy en España siguen siendo minoritarias. Hasta el 30 de noviembre, se recuerda a estas mujeres en el Centro Cultural Galileo (Madrid) en la exposición ‘Diarios de Libertad’.
El final del siglo XIX dejó entreabierta la puerta de la Educación española a otras corrientes de renovación. Desde 1876, operaba la Institución Libre de Enseñanza, a la que siguieron otras como el Museo Pedagógico, que se inauguró seis años después. Aparecieron figuras como María de Maeztu, que dirigió la Residencia de Señoritas, la periodista Carmen de Burgos o la propia Sáiz Otero. En este contexto, se proclamó el 14 de abril de 1931 la II República española, que impulsó la escuela pública, laica, más igualitaria y con la obligatoriedad de la primaria.
Las becas que concedió la Junta para Ampliación de Estudios hicieron que muchos maestros y maestras salieran de España y volvieran con la maleta cargada de nuevas ideas y métodos que después aplicaron en sus escuelas. “Entraron en contacto con las nuevas corrientes pedagógicas de Estados Unidos y Europa, como con las teorías de Arthur Piaget. Comenzaron a fijarse en la psicología de los niños y dejaron de tratarles como si fueran adultos en pequeño para procurar su propio desarrollo intelectual”, explica Luz Martinez, secretaría de Mujer y Políticas Sociales de FeSP-UGT y directora del proyecto ‘Maestras de la República’. Carmen García Colmenares ha sido la encargada de dirigir la exposición.
En un nuevo país que aspiraba a la igualdad, los primeros muros que hubo que derribar fueron los que separaban a niños y niñas. Por eso, eso se apostó por la coeducación, donde ambos sexos compartían espacio, juegos y ambiciones. “Aún hoy no hemos alcanzado la coeducación, nuestras escuelas son mixtas, pero no coeducativas. Con la democracia nos incorporamos al mundo de ellos, pero otras actividades como el cuidado o la educación afectivo sexual siguen fuera del aula”, responde Martínez. En los últimos años, el debate sobre las escuelas segregadoras financiadas con fondos públicos sigue vivo y encuentra defensores.
La sola presencia de estas mujeres activas, inteligentes y cultas que se presentaban en los pueblos a extender la educación suponían un revulsivo. Las niñas comenzaron a tener ejemplos alternativos a los roles tradicionales de madre y esposa. “Aparecían solas y con su maleta en los pueblos. Algunas se cortaron el pelo y la falda y llegaban con los labios pintados de rojo a una España aún en blanco y negro”, explica Martínez. Estas jóvenes tuvieron que enfrentarse en algunas ocasiones a las autoridades del pueblo o a algunos vecinos. “El otro día una mujer que vivió aquella época me contaba que aún se acuerda del perfume de su profesora. Para ella, que vivía en el campo, ese olor era totalmente nuevo”, rememora la directora de la exposición. Las mujeres también sumaron éxitos importantes en otros campos, como la obtención del voto femenino que defendió la diputada Clara Campoamor, o el hecho de que la anarquista Federica Montseny se convirtiese en la primera ministra española.
Las maestras también daban clase a adultos, en las que explicaban asuntos referidos a la higiene, la sexualidad o la maternidad, en una España aún llena de falsas creencias sobre el mundo femenino.
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