La historia de ‘La vida es bella’ ocurrió en la Guerra Civil española
La vida es bella, de Roberto Benigni, es un monumento a la mentira piadosa. Muestra los campos de exterminio nazis desde la perspectiva de un padre que se desvive por ocultar a su hijo, mediante un juego retorcido, el horror del Holocausto. Lo que poca gente sabe es que aquí, en España, ocurrió un episodio parecido durante la Guerra Civil. El verano de 1936 se iba a convertir en un ejercicio de inventiva, amor y supervivencia para los profesores republicanos de las Colonias de la Institución Libre de Enseñanza, que habían viajado a San Vicente de la Barquera con 53 niños pobres para sanearse al aire puro.
Los últimos momentos de la paz son todavía más perturbadores que el relato de la barbarie. Stefan Zweig alude al cielo cristalino y el sabor de la cerveza en el día 28 de junio de 1914, cuando mataron al archiduque Fernando de Austria en Sarajevo. En la tercera parte de La forja de un rebelde, Arturo Barea hace una descripción muy parecida del día hermoso de verano en que los militares se sublevaron en Marruecos. La vida normal seguía su curso. Lo haría hasta que sonasen las primeras detonaciones, ese ruido nuevo al que, como dijo Fernando Fernán Gómez, todos tardarían muy poco en acostumbrarse.
La Institución Libre de Enseñanza (ILE) viajó el 9 de julio de 1936 a San Vicente de la Barquera en un tren cargado de niños y niñas de entre ocho y 13 años, procedentes de los arrabales de Madrid. El objetivo era sacar a las criaturas de las zonas deprimidas y contaminadas de la gran ciudad y ofrecerles un respiro en medio de la naturaleza.
Inspiradas por el trabajo del pastor protestante Walter Bion, las colonias habían arrancado en España a finales del siglo XIX como una medida de protección de la salud. Con el paso de los años y la labor pedagógica progresista de la ILE, se terminaron convirtiendo en una pieza clave del plan educativo de Giner de los Ríos. Su creador fue Manuel Bartolomé Cossío, que moriría en 1935.
El estallido
Mavi Cortés fue una de las niñas de las colonias previas a la guerra. La conocí hace años, cuando ayudaba a Andrea Zarza con su documental sobre la continuidad del proyecto en el siglo XXI. Cortés era una señora muy mayor, inteligente y vivaracha. Me contó que aquellos viajes en tren hasta las colonias eran maravillosos no tanto por los paisajes o la aventura, sino porque los profesores, “que eran unos forzudos”, agarraban a las pequeñas en brazos y las subían a los maleteros, que hacían las veces de hamacas para dormir la siesta.
El 10 de julio de 1936, los 53 colonos y sus seis profesores llegaron a Acebosa en un tren de vía estrecha sin notar la tormenta que se avecinaba. Mandaron un carro tirado por mulas con todos los bártulos y emprendieron la caminata hasta San Vicente, que está a tres kilómetros. Pilar Gobernado, profesora aquel año, recordaba durante la grabación del documental de Zarza el tiempo fabuloso y primaveral en Santander, el verdor de sus prados agitados por la brisa y la sensación, todavía más liberadora, de haber dejado atrás la crispación política de Madrid.
El puente de los 28 ojos que cruza la ría de San Vicente los vio llegar y las vacas oyeron la algarabía infantil. Durante los primeros días todo marchó a la perfección. Muchos años después, el profesor Leopoldo Fabra escribió en el Boletín de la ILE (nº18) el momento en que descubrió lo mucho que habían cambiado las cosas. “El 18 de julio fui a Santander con Lolita Carballo —una niña— para hacerle una radiografía de tobillo. No puedo olvidar este día. A la vuelta (…) nos encontramos al Sr. Cea, antiguo profesor del Instituto Escuela, quien nos dio la noticia. Había estallado una sublevación militar en España”.
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