Una cartilla escolar antifascista se cuela entre lo mejor del arte español
«El pueblo español está derrotando al fascismo con las armas en la mano. Los maestros y todos los trabajadores de la cultura deben hacer honor a este ejemplo, derrotando también al fascismo con los libros y con la pluma». Estas palabras forman parte del prólogo de la Cartilla escolar antifascista, un silabario dedicado a la alfabetización de los milicianos de la Guerra Civil.
La Segunda República enarboló la cultura como elemento cerebral para vencer al incipiente ideario falangista. A la vista de lo que estaba surgiendo en Europa, los republicanos atajaron con una campaña intelectual en las calles que se centró en ese 40% de población que no sabía ni leer ni escribir. Las misiones pedagógicas surgieron al albor de un momento político que dependía tanto de sus pensadores como de los soldados. Muchos de los nombres que hoy definen nuestro imaginario popular participaron en el brazo más desinteresado de estas escuelas ambulantes, como María Zambrano, Luis Cernuda o María Moliner.
Pero, de entre todas las iniciativas contra la ignorancia, destacaron los cuadernillos antifascistas por su relevancia durante los momentos de mayor crispación. Con sus páginas ilustradas y tipografía infantil, la libreta impartía un mensaje ideológico muy potente para alentar la lucha de los republicanos analfabetos. Frases como El Frente Popular me lleva al triunfo, Todo para el pueblo o Viva Madrid heroico se dividían por sílabas y colores en un intento de maquillar la evidente doctrina.
«Este mundo magnífico lo habéis conquistado mientras en una mano sosteníais la Cartilla y en la otra el fusil», les dedicaba en 1937 Jesús Hernández, el por entonces ministro de Instrucción. Pocos elementos materiales evocan tanto fervor como el ejemplar roído que sostiene un soldado mientras hace guardia en las trincheras.
Ahora, ochenta años después de que fuese repartida entre las filas del frente, la Cartilla se ha erigido como una de las obras cumbres del arte español. La Biblioteca digital de la Unión Europea ha publicado las 15 obras más representativas en la historia artística de nuestro país, y la selección es tan fantástica como dispar. Pero, ¿qué hace un panfleto lleno de sílabas entre Las Meninas de Velázquez o el techo policromado de Altamira? La respuesta es más superficial de lo que parece. Pues el diseño gráfico de la Cartilla era una oda al color y al trato de las fotografías pocas veces visto en las ilustraciones de la época. Mauricio Amster, uno de los grandes creadores gráficos de los años 30, encontró la técnica perfecta para incrustar las imágenes entre fragmentos de los discursos de Manuel Azaña.
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